"¿Y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora?
Pero para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre", Juan 12:27-28
Mi actitud como creyente frente a la aflicción y la dificultad no debe ser
la de pedir que yo me libre de ellas, sino que Dios me proteja de modo que
pueda perseverar en aquello para lo cual Él me creó, a pesar del fuego del
sufrimiento. En ese fuego nuestro Señor pudo conocerse a sí mismo, aceptar su
posición y comprender su propósito. Él fue salvado no de esa hora, sino en
medio de ella.
Afirmamos que no debería existir la aflicción;
pero como existe, debemos aceptarla y aprender a conocernos a través de su
fuego. Somos necios si tratamos de evitarla o rehusamos tenerla en cuenta. Como
las penas son una de las realidades más grandes de la vida, es inútil alegar
que no deberían existir. Ya que el pecado, la aflicción y el sufrimiento
existen, no nos corresponde a nosotros decir que Dios se ha equivocado al
permitirlos. La aflicción quema una gran cantidad de superficialidad en una
persona, pero no siempre la hace mejor. El sufrimiento me edifica o me
destruye. No puedes conocerte en el éxito, porque el orgullo te hace perder la
cabeza; tampoco en la monotonía de tu vida diaria, porque esta hace que te
quejes. La única forma de conocerte es durante el fuego de la aflicción. Por
qué debe ser así es otro asunto. Se trata de un hecho que es verdad tanto en
las Escrituras como en la experiencia humana. Siempre puedes reconocer a quien
ha pasado por ese fuego y se ha conocido a sí mismo, porque sabes que puedes
acudir a él en tus dificultades y te dedicará el tiempo necesario. Pero si una
persona no ha pasado por el fuego de la aflicción, tiende a ser despectiva, no
te respeta ni tiene tiempo para ti y solamente te da la espalda. Si te conoces
a ti mismo durante el fuego de la aflicción, Dios te convertirá en alimento
para otros.
Devocional: En pos de lo Supremo
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